Cagüen diez

Me duele el culo. Sí, señores, me duele el culo. Me duele el culo de las horas que llevo sentada en esta maldita silla. Observando y analizando los coches que pasan por la carretera. Todo lo que puedo advertir. Estudio atenta y enteramente todo lo que se mueve fuera de esta oficina, y lo que no se mueve también. Fantaseo con los ojos abiertos y la mirada perdida a través del centelleante vidrio del ventanal, con historias que no tienen ni piés ni cabeza, simples fantasías que me entretienen. Lo hago en mis repetidos descansos ópticos. La órbita de mis ojos no para de esforzarse en encontrar alguna página de interés, un alma cándida con quien hablar un rato, lécturas curiosas... mis ojos se resienten. Todo menos trabajar, para que nos entendamos. Y no porque yo no quiera.

Y me duele el culo. Siento esa misma sensación que tienes cuando accidentalmente, metes el dedo meñique del pié entre la pata de una mesa. Pero en el culo.





O me compro un confortable cojín para estos eventos, o engordo un poco.
Que cruz...